No vayáis al diccionario para buscar la definición de azul intenso. Mejor iros a ver algunas fotografías del Glaciar de San Rafael, en Chile, y ya luego me contáis. Se trata de uno de los glaciares más grandes de la Patagonia chilena, un lugar en donde el frío y la belleza van a partes iguales.
Para llegar lo mejor es alojarse en la ciudad argentina de Esquel, junto a la frontera chilena, y desde allí cruzar a Chile por los pasos Futaleufú o Palena. Si no os asustan los caminos sinuosos y casi emboscados de la selva valdiviana, cruzar por estos pasos será un placer de niños.
Dejar el vértigo en el hotel, porque no pararéis de cruzar puentes colgantes sobre ríos y arroyos. ¿Alguien dijo alguna vez dónde estaba el fin del mundo?.
La primera parte de este viaje concluye en Puerto Aysen, donde se puede descansar un poco para abrir hueco a otras emociones. Desde allí apenas nos separan unos quince kilómetros de Puerto Chacabuco, que nos espera con un hermoso barco, si se le puede llamar así, rumbo a la aventura.
Tranquilos, hay otros turistas casi tan locos como vosotros que habrán llegado para ver el glaciar. Antes hay que atravesar el Estrecho de los Elefantes, y una vez resuelto llegaremos al azul eterno de la Laguna de San Rafael.
La fauna de este glaciar se compone de enormes témpanos de hielo, que vagan en procesión por las aguas silenciosas y cristalinas. A simple vista parecen frágiles, aunque muchos de ellos pesen miles de toneladas.
Con suerte el espectáculo nos depara un nuevo show. El frente del imponente glaciar está siempre en contínua erosión, por lo que no dejan de caer de su rostro bloques de hielo de más de diez metros. El estruendo que provocan al caer sobre las aguas de la laguna es algo que no tiene precio.
Foto Vía Rutas Chile
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