El Uluru, el señor del atardecer en Australia

No hay mejor lugar para descubrir cómo el amanecer y el ocaso se asemejan a cualquier genio de la paleta y el pincel que el Parque Nacional de Uluru, en Australia. Pero más que en el parque en sí, la gama de colores se extiende especialmente sobre el enorme monolito del Uluru, también conocido como Ayers Rock.

Cientos de turistas inmortalizan tras de sus cámaras cómo este enorme monolito va cambiando poco a poco de color durante el amanecer o el atardecer. Parece como si alguien invisible se asomara a su silueta y coloreara sus 348 metros de altura y 9 kilómetros de contorno, el segundo más grande del mundo.

Desde 1987 Uluru es Patrimonio de la Humanidad. Para los aborígenes australianos es mucho más, y curiosamente desde hace mucho más tiempo. Es un lugar sagrado, místico, lleno de espiritualidad y magia. El pueblo anangu se considera asimismo como el guardián del Uluru.

Son ellos mismos los que, a modo de showmans transoceánicos, presentan el espectáculo que cada día se ofrece. Eso sí, piden encarecidamente a los turistas que no escalen el monolito, sino que solamente pisen el terreno, por respeto a sus creencias ancestrales aborígenes.

Si sois de esos curiosos que lo queréis observar todo, y os ha chafado un poco la taxativa orden de los anangu, todavía tenéis la opción de sobrevolar en helicóptero el Uluru. Aunque claro, ese picoteo de la curiosidad os puede salir por unos 120 dólares la hora.

Aunque quizás el apunte más curioso del Uluru está en lo que no se ve. Cual iceberg en plena llanura australiana, este monolito tiene una superficie de más de dos kilómetros y medio bajo tierra. No es de extrañar entonces que los anangu se deshagan en leyendas ante su icono religioso.

Como un antiguo prestidigitador, el Uluru sigue siendo el viejo centinela de todas esas leyendas y tradiciones. Quizás la magia de cambiar de color ante el asombro de los turistas sólo sea para despistarnos, y así seguir conservando el principio y el final, el tiempo de los sueños, la alquimia de los atardeceres.

Foto Vía Bugbog

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