No es que los habitantes de esta ciudad peruana, a 1.315 kilómetros al sureste de Lima, sean los más altos del mundo, no, no. Aquí la altura la tiene la ciudad misma, ya que está situada a unos 5.400 metros sobre el nivel del mar, una auténtica pasada, lo que la convierten en la ciudad habitada más alta del mundo.
Algunos me diréis que hay una serie de poblados en el Tíbet por encima de La Rinconada, pero apenas son pequeños asentamientos humanos, no una ciudad en sí como esta. Lo que yo sí me pregunto es cómo respiran estas personas allá arriba, ¿no?.
La Rinconada es un pueblo dedicado a la minería y la artesanía del oro, su bien más preciado, junto al aire helado de la puna que corre por La Rinconada como un cuchillo afilado. No en vano no es de extrañar que incluso en las tardes de verano las temperaturas se vayan a los seis grados bajo cero.
Hombres y mujeres trabajan sobre la tierra helada con sus propias manos. Perú es el octavo país del mundo productor en oro, y en La Rinconada es el modus vivendi de la mayoría de sus habitantes. Aún así, no os creáis que viven en la opulencia, ya que sus casas son vetustas y viejas chozas de madera destartaladas.
Eso sí, la riqueza de las cumbres nevadas y un cielo azul intenso es privilegio indisoluble de los habitantes de La Rinconada. Largas ristras de humo enfilan el camino del horizonte desde sus viejas chimeneas. Una ciudad que vive del oro y que, curiosa y desgraciadamente, no cuenta con ni con alumbrado público en sus calles ni agua potable en sus viviendas.
Cuando uno abandona La Rinconada parece que ha estado en tierra de nadie. En medio del horizonte, bajo el recuerdo de las hogueras y las candelas de la noche, al abrigo de un licor tan fuerte que no recuerdo ni su nombre, uno pierde la sensación de tantas cosas en un lugar como este…
Foto Vía Emede
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