Te hablan de una tierra de iglús, y uno rápidamente se escapa hasta el Polo Norte. Pero no, no es exclusivo de esta franja helada de la tierra vivir entre paredes de hielo. Desde 1999 hay un pequeño país dentro de Canadá, un país de iglús, hielo y pieles de lana. Es Nunavut, el país de los inuit.
Los inuit son sencillamente esquimales, hombres, mujeres y niños con el rostro curtido por el frío y las heladas. La nieve y el hielo que pisan es Nuestra Tierra, la suya, la de estos inuit que así te definen a Nunavut, con la sencillez de quien vive sin más modernidades que un trineo, varios abrigos y unas gorras de marca.
Sin embargo a los inuit de Nunavut no les gusta que les llamen esquimales. La palabra inuit significa hombres, y con eso se quedan. Hoy viven en este país blanco más de 22.000 habitantes, rodeados de tundras y en pleno corazón del Ártico oriental de Canadá.
Sin embargo, ellos no son esquimales. Te lo explican señalando sus radiadores y sus televisores por satélite. El esquimal come carne cruda, ellos son hombres, como tú y como yo, aunque en otra esquina del mapa, y a 32 grados bajo cero. ¿Canadá?. No, Nunavut, Nuestra Tierra.
Tierra inhóspita de más de dos millones de kilómetros cuadrados, situada a unos dos mil kilómetros al norte de Toronto. A los inuit no les importa el frío ni la lejanía. Ellos luchan por otras cosas, luchan por conservar su cultura y su identidad propia, mucho más importante que cualquier ventisca helada.
Viven como artesanos, tallando marfil, piedra y hueso. Y, como no podía ser de otra manera, elaboran figuras como osos polares, focas, ballenas, morsas… El esfuerzo más bien alimenta el alma y la cultura, ya que cualquiera de estas figuritas puede valer mil dólares en Toronto. De ese dinero, los inuit apenas verán un diez por ciento.
En invierno todo se congela, y la oscuridad se cierne sobre Nunavut. Apenas tienen cinco horas de sol, y se pueden ver fascinantes atardeceres a las 12 de la mañana. En verano, la vida se vuelve del revés, y amanece antes de las 4 de la madrugada, y no oscurece hasta las 11 de la noche.
Con sus guantes, chaquetas y botas de piel de foca, los inuit se despiden con un gesto risueño. Como escondidos bajo el silencio, vuelven de nuevo a sus hogares, con el paso de quien se sabe dueño de su tierra, de su hogar, de su eterna Nunavut, Nuestra Tierra.
Foto Vía Mother Earth Journal
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